viernes, 13 de septiembre de 2013

Entender las etiquetas en la alimentación: los 100, las raciones y los semáforos

En la última entrada hacíamos un resumen acerca de las etiquetas, repasando lo que aparece en la cubierta y en la sección de ingredientes. Vamos a completar el resto fijándonos en las distintas formas de presentación de la información nutricional.

En estas tablas, según como se presenten, se suelen incluir los valores de hidratos de carbono, proteínas, grasa y sal. A veces vienen desglosados y por ello podemos leer que dentro de las grasas aparece "de las cuales, saturadas" y lo mismo con los azúcares y otros.


Valores por cada 100

Esta es la forma más habitual en España. En Reino Unido también se utiliza esta fórmula ya que es una normativa de la Unión Europea. En otros países se puede encontrar de otras maneras, siendo muy habitual la información por ración, que es un dato que el fabricante elige. En Europa también está permitido y hay muchos envases en España o Reino Unido que la incluyen.

Cuando hablamos de "cada 100" nos referimos a cada 100g o 100ml, dependiendo del estado físico. Cuando está expresado en gramos nos permite hacer un cálculo directo del porcentaje de ese nutriente en peso. Así, si leemos que contiene 21g de proteína, sabemos que el 21% del producto es ese nutriente. A veces se oye o lee, erróneamente, que ese porcentaje es de calorías. Si tenemos en cuenta que los hidratos y proteínas tienen 4kCal/g y las grasas 9kCal/g, vemos que no podemos aplicar una conversión directa a calorías. Podríamos pensar que si el producto anterior tiene 5g de grasa por cada 100g de producto, aporta un 5% de calorías de la grasa. Sin extenderme más en el tema de los cálculos, habría que aplicar una fórmula buscando la proporción de las calorías de cada nutriente con respecto a las calorías totales.

La presentación de valores por cada 100 tiene la ventaja de que permite comparar alimentos similares de forma directa, independientemente de su fabricante, ya que la referencia de 100g o 100ml aparece en todas las etiquetas. La desventaja es que las raciones suelen ser de cantidades muy diferentes según el alimento. No es lo mismo una ración de lechuga que una de aceite, ya que la segunda suele ser mucho menor y puede ser difícil hacerse a la idea de cuánto consumiremos realmente.


Valores por ración

Fuente: kelloggs.es

El problema que presenta la información por cada 100g o 100ml se pretende subsanar indicando la cantidad de nutrientes por ración. Así, el fabricante elige un tamaño para la ración y nos indica la proporción de nutrientes en base a ella.

Parece una forma más acertada de acercarse al consumidor, pero tiene inconvenientes. El primero es que no es posible comparar entre marcas o gamas. Un distribuidor de aceite de oliva puede decidir que la ración son 15ml y otro 21ml e incluso el mismo fabricante puede decidir el tamaño de una ración para el aceite virgen extra normal y otro para el enriquecido, por poner un ejemplo. El segundo inconveniente es que la ración puede ser engañosa. Es frecuente en las cajas de cereales que aparezca que la ración son 30g (como en la foto superior) pero aquellas personas que los consumen suelen hacerlo en cantidades mayores. Al fin y al cabo se les dice que coman cereales para tener energía de sus carbohidratos. Aunque 25g fuesen carbohidratos, tendrían 100kCal de energía procedente de este nutriente, lo cual carece de sentido. En la etiqueta mostrada más arriba el valor es ligeramente superior debido a las calorías aportadas por grasa y proteína.


Semáforo nutricional

Fuente: bbc.co.uk

Es un sistema ampliamente implantado en Reino Unido, aunque en España no. Se basa en la presentación de valores por ración pero aparece en el frontal del producto. Se trata de asignar un color del semáforo según la cantidad de un nutriente por ración. Así, si la cantidad de grasas es elevada, se le asigna un color rojo; si es moderada, ámbar, y si es reducida o nula, verde. Lo mismo para la cantidad de grasa saturada en concreto y también para otros nutrientes como azúcar o sal.

La idea de este gráfico es buena. Pretende que el consumidor sepa de antemano si algo es sano o no para su salud. Sin embargo resulta también engañoso. El jamón serrano llevaría asociado el rojo para la grasa y sal; el aceite de oliva virgen extra, para la grasa, y el mango, ámbar para el azúcar. ¿Significa esto que son productos poco saludables? No. El mensaje que se quiere transmitir es el de moderación, pero no podemos equiparar la grasa de la margarina con la del aceite antes mencionado. El rojo implicaría que sea algo a consumir una o dos veces por semana, pero no cabe duda de que una o dos raciones incluso diarias de este aceite pueden ser saludables según el contexto.

La Unión Europea trató de implantar este sistema como obligatorio, siendo la presión de los lobbies alimentarios lo que hizo que no saliera adelante. Aunque no soy muy amigo de la industria alimentaria, sí que la apoyo en este caso. Lo que hay que hacer, en realidad, es más simple, aunque no lo parece porque son unos cuantos pasos, pero lógicos:
1. Dejar de comer alimentos procesados. A pesar de todo lo explicado en estas entradas, la realidad es que no deberíamos necesitar las etiquetas porque todo lo que comamos sea natural, y creado con respeto.
2. Tener criterio. Por mucho que aparezca en verde todo el semáforo, no es buena idea optar por algo artificialmente bajo en grasa, cargado de edulcorantes y sin sal pero con infinito glutamato monosódico.
3. Informarse. Ver qué es lo que tu cuerpo necesita realmente, saber de dónde procede aquello que está en la estantería del supermercado, indagar en los supuestos beneficios de una afirmación publicitaria... Tenemos las herramientas y, si la duda acecha, mejor se queda en esa estantería.
4. No generalizar. Que algo sea rico en grasa no implica que sea sano o no. Incluso en productos similares, esto puede diferir. La grasa de una ternera de cría intensiva es perjudicial; la de una ternera que ha pastado al aire libre, más que recomendable.
5. Elegir comida frente a productos. Algo que viene en una caja no suele ser comida, sino un producto. Aunque puntualmente podamos darnos un capricho, nuestra cesta de la compra debería estar limpia de aquello que no sea comida. Personalmente prefiero una cesta totalmente limpia y que esos caprichos sean en un entorno social, como una cena entre amigos, donde no nos preocuparemos del tipo de aceite usado o si la salsa del pollo lleva gluten. Y en casa, a cumplir. Elijamos lo que la naturaleza nos da, no aquello que el hombre ha transformado porque cree que es más sabio que ella.


Para finalizar esta información sobre las etiquetas me gustaría comentar dos cosas más.

La primera es con respecto a las calorías. Tendemos a pensar que aquello bajo en calorías es más sano e incluso lo decimos: "coge ese, mejor, que tiene menos calorías". Esto es un engaño, iniciado por la creencia errónea de la simplificación "calorías almacenadas = calorías ingeridas - calorías gastadas". Esta creencia se ha perpetuado y existe de manera natural en nuestro día a día. Odiamos a las calorías. Sin embargo tenemos que tener en cuenta que no todas las calorías son iguales ni todas las fuentes de alimento son malas. Entre el blanco y el negro hay infinitos grises, también en nutrición. Y recordemos que necesitamos calorías para vivir.

La segunda idea está directamente relacionada con la anterior y es un ejemplo de cómo reaccionamos ante esta creencia. En una ocasión se hizo un experimento donde se ofreció a distintas personas un bol con M&M's y se les dijo que podían comer hasta que no quisieran más. A algunos se les ofrecían tal cual y a otros se les dijo que eran una variedad light y se pintaron de otros colores, más claros. A los que se le ofreció la segunda variedad acabaron comiendo la mitad más que los de la estándar. Honestamente he de decir que si me pillasen en mis horas bajas no les iban a llegar las muestras ni para empezar. Mi adicción al azúcar es fácil de desencadenar y me hace olvidar los frenos. Aún así, el experimento es representativo de cómo nos dejamos engañar por una etiqueta.

Conclusión final: entender una etiqueta puede ser complejo, pero es necesario. Lo mejor, sin embargo, es poder evitarlas. Esto se consigue optando por comida real, como la naturaleza la proporciona.

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